Creo en todo lo que toco y en lo simple de la vida. Creo que, aunque nos hagan creer otra cosa, con nuestros seres queridos y un mate de por medio, cualquier corazón roto puede sanarse. Al menos por un rato.
Creo en el amor y en sus mil formas de expresión. Creo que puedo querer al vecino de forma rápida si tan solo me saluda con una sonrisa.
Creo en los perros; son el mejor ser humano. Creo en su bondad y en que no podrían conquistar el mundo, para eso están los gatos.
Creo que todo pasa por una razón, todo está conectado.
Creo en las ondas que emitimos con nuestros pensamientos, que hacen que pensemos o digamos algo en el mismo momento que nuestra persona favorita. No sé si es matemático, pero prefiero creer en la magia.
Nunca quiero saber cómo son los trucos en verdad; creo en la sorpresa y el asombro como bandera.
Creo en la mesa dulce. A la manteca le rezo. Aunque me haga daño. Paradoja.
Y creo que deberíamos llorar un poco más. En cualquier lado. En el kiosko, en el tráfico, con una canción de fondo. De emoción, de enojo. Más lloraditas. Eso deseo.
Me mueve el amor. La diversión. La risa. La empatía.
Creo que cada día nace una nueva versión de mí. Que jamás soy igual a la de ayer. Todos los días un pensamiento nuevo me atraviesa, me inspira. Soy muchas versiones en un mismo cuerpo y cuesta poder abarcarlo de una forma normal. Me encantaría que cada día de la semana estuviese destinado a alguna faceta mía. Los lunes como pintora, los martes como bailarina, los miércoles como empresaria, los jueves como cocinera, y así… La vida tendría más sentido y sería más entretenida. Quizás puedo hacerlo. Quizás no hay que hacer todos los días lo mismo ni dedicarnos a lo mismo. En eso creo. En la versatilidad de las personas. Y en normalizar que no somos una sola cosa.
Integramos demasiadas facetas y ojalá te dediques a todas ellas.