Soy una niña en el cuerpo de una adulta y me enorgullece, aunque por momentos quiero ser una Business Woman vestida de traje con stilettos saliendo de mi puesto gerencial.

No me pasa.

Me encanta estar en mi casa. Hago todo en casa, literal. Trabajo, leo, escribo, como, estudio, miro la tele, nado, nada y más. 

Pero amo viajar.

Y sueño con vivir una vida loca por cada rincón del mundo.

Aunque lo pienso y me cansaría.

No soy de acampar.

Y tampoco me da para 5 estrellas.

Me gustaría comer sano.

No me encanta cocinar.

Quiero explorar mis lados creativos.

Me da pereza.

Somos seres contradictorios y a veces me cuesta concebir esa idea. No es tan entretenido. O sí. A lo que voy es que cuesta, saca autoridad. Que la mente y el cuerpo vayan en direcciones contrarias genera choques, de todo tipo. Mentales, físicos, espirituales. No me resulta fácil hacer que mi cuerpo reciba las señales de mi mente. Y más aún de mi corazón. ¿Cuánto espacio hay entre un pensamiento y una acción? Me sorprende lo mucho que se puede pensar sin hacer, sin ejecutar. Cuanto abismo hay en crear algo que valga la pena y rascarse el oído de un tirón.

En el mundo de las contradicciones siempre gana alguien. Siempre optamos por una opción, todo el tiempo estamos tomando decisiones y la mayoría del tiempo no son las correctas. Esto último lo digo yo. Igual me río. 

Las decisiones son decisiones y ya. Pero siempre necesito tener la certeza de que no haya nada mejor, o más barato, o más cool. También en este momento recae la idea de entender si ese “algo mejor” es para el otro o para mí. Porque muchas veces confundimos deseos ajenos con propios, y pasamos tiempo trabajando en ideas y sueños que no nos pertenecen. Y solo lo notamos si escuchamos, no nuestro corazón, sino nuestra panza. Si te duele la panza, pero no de mariposas, sino de cucarachas, ese sueño no es tuyo.

Espero que esta metáfora un tanto rara se entienda y puedas diferenciar la próxima vez de que va.